VII
Claudio ayudó a la niña a subir su petate al caballo.
—¿Dónde está papá? —le preguntó Cleore a su madre.
—Lo siento —le respondió—, ha preferido no venir. —Balautena
le recogió el pelo detrás de la oreja—. Cumplirás tu promesa;
vendrás a visitarnos, ¿verdad?
—¡Sí! —exclamó la niña—. ¡Es más, la próxima vez que me
veas seré una gran hechicera! ¡Te lo juro mamá!
—Bien Cleore, ve subiendo a la montura —le dijo Claudio—,
debemos partir de inmediato; ya me he detenido demasiado tiempo y los
Cuervos no se duermen en los laureles. Siento que no puedas
despedirte de tu padre, pero esa ha sido su decisión. —La niña
obedeció—. Kiran, he de admitir que desde el primer momento me
equivoqué contigo. Te tomé por un rufián, un mercenario a sueldo o
puede que incluso por algo peor. Gracias a ti hoy puedo presumir de
no ver a todos los Cuervos con malos ojos, algo que en mi posición
pocos pueden decir. Te ofrecería un apretón de manos, aunque creo
que eres una persona demasiado cautelosa como para tocar a alguien
que puede usar sus manos como arma. No te lo reprocharé de ser así.
—Con gusto lo aceptaré, Claudio. —Kiran le apretó la mano—.
He de decir que nunca había visto a un secuestrador que cuidara así
de bien de sus rehenes; y habiendo sido yo en su día, un
secuestrador en cierto modo, no me esperaba algo así. Yo también te
juzgué equivocadamente.
—Pero al final se ha hecho justicia, por extraño que resulte algo
así en estos días. —El hechicero se subió a la montura, junto a
la niña—. Gracias de nuevo, Cuervo. Espero que nuestro caminos
vuelvan a encontrarse. —Picó espuelas.
La niña se despidió con la mano mientras la yegua galopaba sobre un
manto de hojas caídas. Balautena tuvo que apretar los labios para
mantenerse serena; sabía que, la próxima vez que viera a su hija,
esta ya no sería una niña.
«O puede que nunca más vuelva a verla», dijo una voz en la cabeza
de Kiran. «Puede que esta sea la despedida definitiva entre una niña
pequeña y su madre, por tu culpa, Cuervo. Por tu culpa y tu continua
costumbre de jugar a ser dios con las vidas de los demás. Ya te pasó
una vez, ¿y si de nuevo no has hecho otra cosa que traer la
desgracia a tu alrededor?». La voz le dijo más cosas, pero el
Cuervo no quiso escuchar.
—Bueno, Kiran —Balautena suspiró—. De una forma u otra ya ha
terminado todo, por fin.
—¿No estás enfadada?
—¿Contigo? Oh no, Kiran; tú eres el menos culpable de aquí,
joder, eres un santo, Kiran. Llegas aquí a nuestro pueblo,
contratado para hacer un trabajo, y acabas envuelto en toda esta
patética locura. Y en vez de encogerte de hombros y largarte, que es
lo que haría cualquier persona en sus cabales, coges y resuelves
todo nuestro embrollo. No, Kiran, tú no tienes culpa de nada; y
pobre del que piense que sí, porque no es más que un idiota.
—Me alegro de que pienses así. Después de que perdieras a tu
hija... —Kiran buscó las palabras adecuadas, pero no las
encontró—. Bueno, pensaba que te lo tomarías mal.
—A decir verdad, después de una semana creyendo que le habría
pasado cualquier cosa, me alegré mucho al verla sana y a salvo. Y he
de admitir que tiene tenía razón, y que sus palabras no carecían
de sentido. —Balautena soltó una risa extraña—. Joder, ya
hablo de ella en pasado; acaba de irse y parece que hubiera pasado
una eternidad. Dime, Kiran; si se diera el caso... ¿cómo es la vida
en la Torre del Hechicero?
—Mejor que en el Nido de Cuervos, donde yo pasé mi instrucción.
Si me preguntas si realmente es mejor que la vida en este pueblo...
yo no sabría qué responderte. Pero sé de hechiceros que, aun
careciendo de tal posibilidad, no abandonarían su torre ni por el
mayor de los palacios.
—Me alegra saberlo. ¿Qué harás ahora, Kiran?
El Cuervo miró por donde Claudio y Cleore se habían marchado.
Seguro que estaba equivocado, pero a Kiran le pareció que ahora
habían menos hojas en el camino que antes.
—Iré a los establos a ensillar mi caballo, y me marcharé
enseguida. Hacia el norte la familia de los Valery y los Darry están
iniciando un conflicto, y quiero llegar a Antivas cuanto antes. Si se
diera el caso no querría que me pillara la guerra de camino.
—Entonces no te detendré más —le respondió Balautena—. Buena
suerte, Kiran, y gracias en nombre de todo el pueblo. Y por cierto,
que no se te olvide pedirle tu dinero al alcalde, seguro que está en
los establos, haciendo como que hace algo de provecho.