lunes, 14 de enero de 2013

La voz del pueblo - VII


VII

Claudio ayudó a la niña a subir su petate al caballo.

—¿Dónde está papá? —le preguntó Cleore a su madre.

—Lo siento —le respondió—, ha preferido no venir. —Balautena le recogió el pelo detrás de la oreja—. Cumplirás tu promesa; vendrás a visitarnos, ¿verdad?

—¡Sí! —exclamó la niña—. ¡Es más, la próxima vez que me veas seré una gran hechicera! ¡Te lo juro mamá!

—Bien Cleore, ve subiendo a la montura —le dijo Claudio—, debemos partir de inmediato; ya me he detenido demasiado tiempo y los Cuervos no se duermen en los laureles. Siento que no puedas despedirte de tu padre, pero esa ha sido su decisión. —La niña obedeció—. Kiran, he de admitir que desde el primer momento me equivoqué contigo. Te tomé por un rufián, un mercenario a sueldo o puede que incluso por algo peor. Gracias a ti hoy puedo presumir de no ver a todos los Cuervos con malos ojos, algo que en mi posición pocos pueden decir. Te ofrecería un apretón de manos, aunque creo que eres una persona demasiado cautelosa como para tocar a alguien que puede usar sus manos como arma. No te lo reprocharé de ser así.

—Con gusto lo aceptaré, Claudio. —Kiran le apretó la mano—. He de decir que nunca había visto a un secuestrador que cuidara así de bien de sus rehenes; y habiendo sido yo en su día, un secuestrador en cierto modo, no me esperaba algo así. Yo también te juzgué equivocadamente.

—Pero al final se ha hecho justicia, por extraño que resulte algo así en estos días. —El hechicero se subió a la montura, junto a la niña—. Gracias de nuevo, Cuervo. Espero que nuestro caminos vuelvan a encontrarse. —Picó espuelas.

La niña se despidió con la mano mientras la yegua galopaba sobre un manto de hojas caídas. Balautena tuvo que apretar los labios para mantenerse serena; sabía que, la próxima vez que viera a su hija, esta ya no sería una niña.

«O puede que nunca más vuelva a verla», dijo una voz en la cabeza de Kiran. «Puede que esta sea la despedida definitiva entre una niña pequeña y su madre, por tu culpa, Cuervo. Por tu culpa y tu continua costumbre de jugar a ser dios con las vidas de los demás. Ya te pasó una vez, ¿y si de nuevo no has hecho otra cosa que traer la desgracia a tu alrededor?». La voz le dijo más cosas, pero el Cuervo no quiso escuchar.

—Bueno, Kiran —Balautena suspiró—. De una forma u otra ya ha terminado todo, por fin.

—¿No estás enfadada?

—¿Contigo? Oh no, Kiran; tú eres el menos culpable de aquí, joder, eres un santo, Kiran. Llegas aquí a nuestro pueblo, contratado para hacer un trabajo, y acabas envuelto en toda esta patética locura. Y en vez de encogerte de hombros y largarte, que es lo que haría cualquier persona en sus cabales, coges y resuelves todo nuestro embrollo. No, Kiran, tú no tienes culpa de nada; y pobre del que piense que sí, porque no es más que un idiota.

—Me alegro de que pienses así. Después de que perdieras a tu hija... —Kiran buscó las palabras adecuadas, pero no las encontró—. Bueno, pensaba que te lo tomarías mal.

—A decir verdad, después de una semana creyendo que le habría pasado cualquier cosa, me alegré mucho al verla sana y a salvo. Y he de admitir que tiene tenía razón, y que sus palabras no carecían de sentido. —Balautena soltó una risa extraña—. Joder, ya hablo de ella en pasado; acaba de irse y parece que hubiera pasado una eternidad. Dime, Kiran; si se diera el caso... ¿cómo es la vida en la Torre del Hechicero?

—Mejor que en el Nido de Cuervos, donde yo pasé mi instrucción. Si me preguntas si realmente es mejor que la vida en este pueblo... yo no sabría qué responderte. Pero sé de hechiceros que, aun careciendo de tal posibilidad, no abandonarían su torre ni por el mayor de los palacios.

—Me alegra saberlo. ¿Qué harás ahora, Kiran?

El Cuervo miró por donde Claudio y Cleore se habían marchado. Seguro que estaba equivocado, pero a Kiran le pareció que ahora habían menos hojas en el camino que antes.

—Iré a los establos a ensillar mi caballo, y me marcharé enseguida. Hacia el norte la familia de los Valery y los Darry están iniciando un conflicto, y quiero llegar a Antivas cuanto antes. Si se diera el caso no querría que me pillara la guerra de camino.

—Entonces no te detendré más —le respondió Balautena—. Buena suerte, Kiran, y gracias en nombre de todo el pueblo. Y por cierto, que no se te olvide pedirle tu dinero al alcalde, seguro que está en los establos, haciendo como que hace algo de provecho.

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