jueves, 7 de marzo de 2013

La voz del pueblo - VIII


VIII

La luz del exterior iluminó el establo. Kiran avanzó con lentitud, llevaba la silla de montar debajo del brazo.

—¿Esto es lo que querías? —El alcalde cepillaba con esmero el pelaje de una yegua baya. Ni siquiera se dignó a mirar a Kiran.

—He hecho lo que tenía que hacer —le respondió Kiran—. Ni más ni menos.

Esta vez Tonbery si le miró, y en su cara no había otra cosa que rabia e ira. Sus mejillas emitían un brillo apagado.

—¿Esto es lo que tenías que hacer? —dijo. Estaba enfadado, pero no tenía fuerzas para alzar la voz—. ¿Separar a una niña de sus padres? ¿Condenarla a un destino junto a un tipo que... qué? ¿Qué conseguirá él para ella? ¡La miseria y nada más es lo que ese tipo le dará!

—Puedo ver en tu cara que has llorado, por lo que deduciré que no eres una persona completamente falta de sentimientos. Ya escuchaste a tu hija, ya sabes lo que ella piensa y lo que quiere.

—¡No es más que una niña! —Esta vez sí gritó—. ¡No sabe lo que quiere, ninguno lo sabíamos a su edad! ¿o sino por qué tú dejaste de ser Cuervo? Dime, Kiran, ¿quién te ha nombrado a ti juez y jurado? ¿Es que realmente crees conocer lo que le conviene a una niña más que su propio padre? ¿Realmente crees poseer tal cualidad?

Kiran no respondió.

—¡Vamos, dime! ¿Es esta esa justicia de la que tanto hablabas? ¡¿Realmente la voz del pueblo ha resultado ser tan sabia como decía Balautena?! ¡Muy pronto lo sabremos! ¡Cuando mi hija no sea más que una vagabunda! ¡Cuando esté encerrada en el Nido! O cuando haya...

«...muerto», terminó una voz en la cabeza de Kiran.
Pero él siguió sin responder.

—Ten, Cuervo —continuó el alcalde al cabo de unos segundos—. Aquí hay dinero suficiente como para que viajes adonde quieras cómodamente y vivas bien durante algunos meses. Es la recompensa que recibes por tu justicia, tan justa para ti y tu amigo el hechicero. Vete, Kiran de Elias, y no vuelvas a Lodendar, jamás.


FIN

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